sábado, 4 de junio de 2011

La Narración


El Símbolo del agrarismo
Emiliano Zapata
Al pasar el tiempo he llegado a considerar que, dados los acontecimientos, es posible que el señor Zapata, al saber muerto a mi padre como consecuencia de la emboscada en la que quizás él mismo hubiera podido perder la vida, se decidiera a acogernos, pero también debo reconocer que el compadre actuaba movido por su nobleza de espíritu y su gran calidad humana, la cual nos permitió salir adelante a mi madre, a mis dos hermanitos -la más pequeña de los cuales era su ahijada- y a mí durante más o menos dos años en que convivimos con su familia en su casa, trabajando, compartiendo y disfrutando de su ambiente familiar.
Hacia el año de 1907 mi padre  y don Emiliano Zapata eran compañeros de trabajo y amigos en la hacienda de Atlihuayán, en el estado de Morelos, desempenándose como caballerangos. Dicha hacienda era propiedad de unos españoles apellidados Landa y Escandón.
Fuera de su jornada de trabajo, en algunas ocasiones mi padre y don Emiliano, junto con otros compañeros, iban a capturar caballos cerreros, los cuales después amansaban hasta hacerlos, como ellos decían, "de rienda" o "de silla"; posteriormente los vendían y distribuían entre ellos las ganancias que tal actividad les producía. De esta manera, entre trabajo y labores campiranas que desarrollaban tanto los hombres como las mujeres, transcurría el tiempo y, en ciertas épocas (que ahora no podría yo precisar por contar entonces con escasos seis o siete años de edad), en unos días muy bonitos por las condiciones climáticas y la época del año, se ejecutaban en la hacienda unas maniobras de trabajo que constituían todo un rito: la convivencia general de todos los trabajadores y sus familias en torno al marcado del ganado con hierro candente. Previamente hacían saber a todos los hombres de la hacienda y lugares aledaños la realización de dicha actividad para que se reunieran en una fecha señalada de antemano.
Como la actividad se llevaba varios días, en la hacienda se mataban varios novillos cuya carne se asaba al pastor o se freía sobre comales de barro con manteca y sal; las mujeres llevaban ollas con frijoles cocidos, recaudos para hacer salsas, canastas con tortillas y platos de barro para comer. Mientras los hombres marcaban el ganado, las mujeres preparaban los alimentos, los cuales, a la hora necesaria, se consumían en grupo, amenizando el momento con anécdotas y comentarios derivados de la actividad y acompañados con agua fresca de limón con chía o de naranja endulzada con azúcar de terrón, en la que raspaban la fruta para sacarle de la cáscara más sabor; esta bebida era para mujeres y niños, ya que los hombres agregaban a la misma un buen chorro de aguardiente de caña, convirtiendo de esta manera el agua en "ponche".
Al concluir el trabajo, que posiblemente se efectuaba durante un fin de semana, toda la gente recogía sus pertenencias y se dirigía a sus chozas, con lo cual la normalidad volvía a la hacienda y con ella la rutina.
En cierta ocasión los dueños de la hacienda comisionaron a don Emiliano y mi padre, a que fueran al puerto de Veracruz a recibir un embarque de caballos finos que los patrones habían mandado traer de Europa y habían llegado por barco.
Ambos se quedaron sorprendidos de ver con qué cuidado los encargados del ferrocarril prepararon un furgón confortable, tapizado con colchones y colchonetas colocados sobre el piso y en las cuatro paredes del carro, con el objeto de que los animales no sufrieran ninguna lastimadura durante el traslado por ferrocarril de Veracruz a la hacienda; mi madre nos comentaba cómo al respecto de esta acción don Emiliano comentó a mi padre: "¿Cómo es posible que para estas bestias tengan estas gentes tantos cuidados y miramientos y en cambio nuestros indios duerman en un petate y tirados en el suelo?".
Ahora que evoco este recuerdo creo que este hecho pudo quizás ser uno de los que lo motivaron a emprender la lucha en favor de los indios, en la que se perseguía que cada campesino tuviera su propia tierra y la libertad para cultivarla y obtener de ella frutos para su subsistencia y la de su familia, así como un trato más humanitario en el trabajo, de ahí entonces el lema de la lucha del caudillo: Tierra y Libertad.
Por esa temporada vivíamos muy pobremente en un terreno situado en un lugar que se llamaba El Muertero. Esta propiedad la adquirió mi padre con el fruto de su trabajo e innumerables privaciones, pues es bien sabido que a los pobres les es muy difícil adquirir un bien, mucho más tratándose de un terreno. Tenía construido un galerón de adobe con el techo de lámina en muy mal estado, pues recuerdo que por mi corta edad me daba mucho miedo un rechinido que producía cierta parte que no estaba bien clavada y era movida al impulso del aire.

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